Mi lugar preferido de mi casa es el hall de entrada. Ahí están el silloncito en el que casi siempre leo, la mayor parte de las plantas y mi escritorio, que no funciona como tal, pues es pequeño, sino más bien como un armario.
Debido a que las cosas que tengo sobre él están todas a la vista
necesito ordenarlo constantemente, porque aunque no soy una abanderada del
orden, mi casa nunca está tan desastrosa como para que me sorprenda de mala
manera la visita inesperada de alguien.
Ayer preparé mate y puse música, cosas sin las cuales no puedo hacer
prácticamente nada, y comencé la tarea de acomodar.
Todo iba bien hasta que recordé que tenía unos paragüitas, de esos que
se usan para los tragos, guardados por ahí y que algo divertido podía inventar con
ellos.
Al principio los desestimé pues realmente había bastante que hacer y
porque he comprobado que últimamente me distraigo fácil, es una pausa que hace
mi cabeza cuando me siento algo abrumada. Pero finalmente saqué las plantas que están sobre la vieja máquina de coser, abrí los paragüitas, los até a un hilo
y en menos de 15 minutos hice una guirnalda colorida, fácil de armar y desarmar.
Me gusta la idea de las cosas temporales, que cumplen cierta función durante
tiempo y luego son recicladas para convertirse en algo funcional a otro
momento. Creo que de esta forma nada se termina de arruinar. Antes que eso suceda
armamos otra cosa linda y así vamos prolongando la belleza.
Sé que más tarde o más temprano voy a desarmarla, pero, mientras tanto,
tengo una guirnalda en la arcada que une el hall con el living y eso, por el
momento, está bien.
Finalizada la pausa continué con la limpieza del escritorio. Tiré pocas
cosas, porque no es mi culpa que las latas de galletas sean tan lindas, ni los
envoltorios de plástico denso tan útiles. Tampoco es mi culpa que las
botellitas de vidrio sean pintorescas, ni las latas de jugos orientales tan
rosadas. No es mi culpa que me guste la basura.
Cada vez que intento acomodar mi escritorio reniego de la tarea, es que
no hay forma de que un lugar colmado de lápices, pinceles y cintas en constante
uso permanezca impecable por mucho tiempo, y ayer pasó lo mismo. Entonces comprendí
que lo mejor era recostarme y escuchar música tranquila, tomarme una pausa sin
disimulo. Entendí que por más afán que le pusiera a ordenar ya había finalizado
lo importante, mi guirnalda, y no había motivo por el que permanecer ahí.
Mariana
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